18 de septiembre de 2008

Injuriada la paciencia, a veces en ira quiebra…

Reconozco que soy del tipo de personas que piensan cada palabra antes de liberarlas al mundo exterior, aunque hay veces que salen desbocadamente, cuál caballo sin riendas… Como contrapartida, analizo demasiado las palabras que me dicen…

Se también, que los momentos de liberación verbal, son provocados. Discusiones, aguantes, planteos ilógicos, actitudes, o quizás sin configurar ninguna situación en particular forman parte de un cúmulo de situaciones y malos entendidos, que vendrían a ser “la gota que rebalsa el vaso”.
Pero la cuestión es… ¿porque esa necesidad de jugar con los límites? Porque aguardar pacientemente la explosión… ¿Cuál es el trasfondo? Será que… ¿tal vez, albergo la creencia de que no volverá a suceder? O tal vez, una loca idea de que la otra persona, tiene “la bola de cristal” y sabe todo lo que me molesta. Particularmente, no tengo una causa específica a la cuál atribuírselo, aunque podría decir que el ser “políticamente correcta”, tiene su cuota de influencia. Con respecto a esto último, he comprobado que tiene un alto precio.

La mayoría de las veces, tengo “el discurso” detallado, expuesto de manera magistral, pero dentro de mi cabeza. Una disertación sin fallas, con las justificaciones y las teorías más acabadas. Sólo tengo que aguardar al encuentro con su destinatario. Ahora bien, llegado el momento en que tengo al receptor frente a mi, simplemente hago todo al revés. Digo la mitad de las cosas, las cuáles incluso parecen algo incoherentes. Las ideas son expuestas de manera desordenada, y por más empeño que trate de poner, resulta no sólo escaso si no bastante confuso el mensaje que quiero transmitir.

Otras veces sucede, que si bien, tengo presente todo el discurso, el receptor dice algo que simplemente no preví como respuesta, que hace que mi discurso carezca de sentido y significado, forzándome a obviarlo por completo…

“Hay dos maneras de llegar al desastre: una, pedir lo imposible; otra, retrasar lo inevitable”… De este modo, postergar algo que inexorablemente ha de ocurrir, como decir lo que nos molesta, lo que nos ahoga… conduce a terminar “vomitando” esas palabras que forman parte de de lo reprimido, de lo que no se dijo en su momento... de la peor manera, en la circunstancia menos óptimas…