27 de julio de 2008

Pasos al pasado...

Hay días en los que sencillamente no se muy bien que me pasa; o tal vez si lo sé, pero no encuentro palabras que expresen exactamente lo que siento… hay días en que me invade una extraña sensación, que reúne de todo “un poco”: un poco de mal humor, un poco de aislamiento, un poco de melancolía, un poco de decepción, un poco de soledad…
Son esos días en los cuáles despierto predispuesta para estar "bajón". Por lo general, con acordes nostálgicos que resuenan, producto de la programación de la alarma en equipo de música, que denota el comienzo de la jornada… Lentamente voy regresando de ese país de sueños, para enfrentar lo cotidiano. Quizás alguna situación, una imagen, o alguna evocación de lo soñado, incrementen mi sensación de desánimo.
Puedo permanecer unos minutos en mi lecho hasta que acabe la canción programada, dispongo de esos breves momentos, ya que fue previsto con antelación. Siempre lo hago, me gusta empezar con un ritmo mucho menor que el que tengo que llevar y mantener durante el transcurso del día. No obstante, hay ocasiones en las que tengo que salir casi a la velocidad de la luz, ya sea, porque me dormí o me entretuve con alguna cosa (la mayoría de las veces, demoro buscando algo que quizás estuve visualizando hasta unos momentos antes de salir, pero en el momento en que apremia el tiempo, misteriosamente desaparece)
Me desperezo, y me siento al borde de mi cama, absorta en mis pensamientos, tratando de determinar con que ánimo voy a enfrentar el día. Se acaba el tema, por ende el tiempo destinado a la “fiaca”. Me levanto, me baño, mientras dejo la pava en el fuego. Una vez que me vestí, desayuno mientras recojo libros, cuadernos necesarios para materia del día; y salgo a esperar el colectivo. Por lo general, al viajar en horas pico, va abarrotado de gente. Haciendo malabares para sostener los libros o el bolso, me las ingenio para mantener el equilibrio; aunque es irrelevante que lo haga, dado que resulta casi imposible moverse entre tanta gente. Observo los rostros y las posturas de los pasajeros. No se los nota animados. Algunos de los que viajan sentados, duermen profundamente, como si de esta manera trataran de continuar el sueño interrumpido por el sonido del despertador. Los que viajan de pié lo hacen con postura rígida, seria, un tanto adormecida, ensimismados.
Retiro mi vista de los demás, enciendo el mp3 y regreso a mi introspección… el motivo de mi abatimiento… sin razón aparente. Pero siempre hay razón, sólo que aún no logré individualizarla…
Uno a uno, descienden los pasajeros dejando un poco más de espacio. Nuevamente, regreso de mis cavilaciones a la realidad. Quedan pocos pasajeros de pié, y el chofer intentando cumplir el horario tiende a acelerar. Por lo que ya se torna bastante dificultoso, al menos para mí mantener el equilibrio. Concluye el viaje. Desciendo. Y comienzo a caminar hacia la facultad. Sólo una cuadra me separa… (lo provechoso de estudiar una carrera con la Fac. ubicada en el centro). Aboco todos mis sentidos a la clase, dejando de lado el motivo de mi meditación, “cuando no tenga nada que hacer”, me digo a mí misma.
A partir de ese momento, me sumerjo en una vorágine de actividades contra el reloj. Vale aclarar, que continúo percibiendo que hay algo que no está bien, hay algo adentro, que me incomoda, en algún punto me irrita… y que las actividades no son más que parches para no pensar. Con suerte y el mp3 al máximo logre evadirme “un poco más”… ¿pero hasta cuando?... Y acá me gustaría citar fragmentos de un tema, si bien nunca le había prestado atención a la letra, cuando lo hice, me hizo pensar y mucho: “no reconozco el punto justo donde hay que frenar. Me preguntaba lo que había dado y lo que me habían dejado, me respondieron que en la vida hay que aceptar…”, “debo haber estado dando pasos al costado, paralizado por el miedo de saber la verdad” “mejor abrir los ojos para saber lo que te gustaría hacer. Es el momento en que todo comienza de vuelta, mi corazón está alerta y el tuyo también. Todo el tiempo vivido me sirve de ejemplo, para no volver a caer”…
Inevitablemente muchas preguntas se agolpan en mi cabeza… ¿Cómo se frena? ¿Frené alguna vez? ¿Hasta que punto estoy pendiente del pasado? ¿Acepto como se dieron las cosas, y que como pasado, “pasaron”? ¿Estoy caminando en círculos alrededor de una verdad por demás evidente, la cuál me empeño a no ver? ¿Tengo un caparazón que uso como defensa? De quién me defiendo… ¿De los demás o de mí? (Mi teoría del caparazón: Defensa que antepongo ante toda relación, y/o persona que intenta ingresar en mi vida. Bajo el caparazón que me oculto, hay inseguridad y temor, resultado de experiencias previas, que se resumen en decepciones y fracasos)
Finaliza el día, al menos la actividad. Regreso de noche a casa, luego del trabajo. Aún continúa “eso” dentro de mi cabeza… será cuestión de cansarme un poco más con alguna actividad extra, aguardando impaciente la visita de Morfeo… quizás mañana al escuchar nuevamente la canción que indique el comienzo del movimiento diario, haya desaparecido…
Actualmente mis mañanas son más relajadas, dado que al estar de vacaciones (si se les puede llamar así), si bien me levanto temprano, me quedo en casa estudiando. Alterno horas de estudio, haciendo algo que me relaje. Hace bastante que utilizo la escritura como método catártico, sólo que no en forma pública. Empezó hace unos cuántos años atrás, cuando me regalaron un “diario íntimo”. Admito que cuando me lo regalaron, no le encontraba ninguna utilidad. Escribir vivencias de manera periódica, me resultaba aburrido… que iba a comentar? ¿Que me levantaba a las 6.30 hs. para ir al colegio en el cuál tenía doble turno, y que regresaba a casa a la tarde a las 19 hs.? ¿Qué hacía la tarea a los apurones? ¿Qué me levantaba a estudiar a las cinco de la mañana, y con la excusa de “cinco minutos más”, modificaba el despertador cada vez que sonaba y me volvía a dormir hasta la hora en que ya tenía que levantarme, sin estudiar absolutamente nada? ¿Qué tenía pánico de hablar en público (aún lo tengo), y que cómo en la mayoría de los actos de fiestas patrias, tenía que leer, obligaba a una compañera a que subiera al escenario conmigo para que sostuviera el micrófono; dado que me atacaba un estado tal de nervios que me temblaban las manos y no podía leer lo que tenía en la hoja sin no la sostenía con las dos manos? ¿Qué era bastante “nerd” y nunca copiaba? ¿Qué en los seis años de secundaria no hubo un solo día que llegara temprano? ¿Que era demasiado tímida y callada? ¿Que la mayoría de las veces me olvidaba algo del uniforme por lo cuál siempre me llamaban la atención? ¿Qué en los primeros años mi vieja no quería que levantarme el ruedo de la pollera, entonces me la enroscaba para que quedara más corta? ... no, definitivamente no me parecía entretenido. Cabe destacar que tenía 14 años.
Una serie de sucesos algo desafortunados, hicieron que empezara a cronicar día tras día lo que me iba sucediendo. Algo así como el “Diario de Ana Frank”, adaptado a mí. Al igual que Ana, yo estaba literalmente encerrada, aislada del mundo exterior. Si bien las circunstancias que llevan al aislamiento eran abismalmente disímiles, la característica del encierro era el factor común. Ella por la persecución de alemanes nazis, yo por la persecución de una enfermedad que no me daba mucho margen para actuar por cuenta propia. Ella se encontraba golpeada psicológicamente por lo que estaban padeciendo sus congéneres, yo lo estaba por lo que estaba soportando mi cuerpo. Ella no comprendía los motivos del encierro. Si bien yo los comprendía, no los aceptaba. Ella se resguardaba de los ataques de los alemanes, yo de los “factores externos” dañinos en extremo para un organismo casi sin defensas…
Acá es donde muchas veces me pregunto que hubiese pasado en caso de suprimir estos acontecimientos que trasladaron fantasmas al presente. Creo que todo hubiese sido distinto. ¿Estaría donde estoy, o tendría esta forma de ser, mis preocupaciones serían otras? ¿Y con respecto a los miedos?… en fin… El aleteo de una mariposa, provocó un tifón… en mí.
A partir de ese momento, y hasta el día de hoy, continúo escribiendo. En esos momentos desesperantes, encontré algo de paz en la escritura. Antes, de manera muy reticente y privada. Ahora, dentro de este espacio “catártico”, no me siento coaccionada ni limitada en cuanto a forma de expresarme, por lo que me da una sensación de libertad mayor que la que se genera cuando lo hago en privado. Obviamente críticas a mi forma de pensar van a surgir miles, pero tal vez ahora esté un poco más abierta a oírlas. Si bien soy muy terminante con respecto a temas puntuales, no significa que yo tenga la verdad universal, de hecho dudo que alguien la tenga…